Nos pasamos el año anhelando el descanso laboral. Queremos días cálidos y tiempo libre, pasar horas en familia, salir con amigos, concretar nuestro viaje ansiado, ir a caminar al parque o disfrutar de horarios más flexibles. Pero cuando esto sucede, muchas veces sentimos tristeza, estrés, irritabilidad, insomnio y hasta depresión. ¿Qué es lo que pasa? ¿De dónde viene esta insatisfacción constante, si pareciera que sólo hay motivos para estar bien? 

En ocasiones tiene que ver con el estrés financiero que puede generar el “tener que vacacionar” fuera de casa. O porque sentimos la presión de exprimir las horas al máximo: hacer mil programas con los hijos, disfrutar de salir en pareja o concretar los encuentros pendientes con seres queridos. Además, el clima puede agobiarnos, la falta de rutinas hacernos sentir perdidos, la comparación social frustrarnos, y la presión por tener que “fluir”, “relajarnos” o “estar bien”, transformarse en una carga más (como si se tratara de un botón que de golpe apretamos y sucede la magia). 

El psicólogo Alexis Alderete, especialista en trastornos de ansiedad explica que el verano está relacionado con el disfrute y con la idea de que las vacaciones se deben atravesar con gran felicidad, sin tener en cuenta que los momentos dolorosos también pueden existir. Es parte de la vida. Entonces, estas expectativas poco realistas terminan generando una gran frustración y malestar cuando aparecen incomodidades, problemáticas cotidianas y cuestiones que escapan a nuestro control

“Tener la falsa creencia de que el verano debe ser perfecto y que todo lo que se ha planificado se va a cumplir, lleva a que cuando ocurra el menor inconveniente aparezca la desesperación, la sensación de fracaso e incluso los ataques de ansiedad —comenta el especialista—. Comprender que se trata de una estación más del año, permitirá vivenciar cada experiencia sin la carga emocional de que solamente debe haber alegría. Un buen consejo es practicar mindfulness, para poder vivir cada acontecimiento sin tantas expectativas, sin juzgar y sin querer obtener un resultado específico”.

Lo cierto, es que la melancolía de verano es un desorden de salud mental que, según un informe del Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU., se conoce como Trastorno afectivo estacional de patrón estival (TAE), una condición que incluye breves períodos en los que la gente se siente triste y cuyos cambios de humor comienzan y terminan con el cambio de estación. De acuerdo a esta institución, los diagnósticos de este tipo se presentan con más frecuencia en mujeres que en hombres y pueden afectar mayormente a las personas con niveles reducidos de melatonina, lo que coincide con el hecho de que los días largos y calurosos empeoran la calidad del descanso. 

Expectativa vs realidad

La invitación de los especialistas para esta época del año es a redefinir lo que significa el verbo disfrutar. Porque, según explican, no hay una única manera de lograrlo. La clave está en que empecemos a armar nuestro propio “verano posible”, en concordancia con quienes somos y con lo que queremos, más allá de lo que nos falte o hagan otros. Seguramente no sea fácil callar el ruido externo, pero puede ayudarnos a calmar la carga inmensa que sentimos a veces el sólo hecho de preguntarnos: ¿qué es esencial para mí, qué necesito yo en esta época?

Es cierto que la idea suena bien, pero por momentos es difícil de poner en práctica. Sobre todo cuando abrimos Instagram, por ejemplo, y las fotos —casi siempre con filtros—, muestran realidades muy difíciles de alcanzar o distintas a las que estamos viviendo: una amiga bailando en la playa con su pareja, una mamá jugando en el parque con sus hijos o el encuentro familiar a pura risa de un vecino. Es ahí cuando los sentimientos de insatisfacción crecen y eso nos puede alterar el ánimo y el humor.

Algo similar sucede con el cuerpo. Porque es durante la época estival cuando la exposición se intensifica, y si no estamos conformes con nuestra imagen corporal o cargamos con algunas inseguridades, podemos llegar a sentirnos mal. “Lo que tienen las redes en general, es que disparan uno de los comportamientos que más sufrimiento traen: la comparación social. Compararte con otros que creés más exitosos o felices es el medio más seguro para arruinarte. Y en esta época eso se intensifica”, asegura Viviana Kelmanowicz, psicóloga especializada en psicología positiva, autora del libro El mapa del bienestar. Y agrega: “A mayor comparación, más chances de sentirte vulnerable y amenazado”. 

¿Cuál es la reflexión de la especialista al respecto? “Controlemos nuestra lupa: a veces pasamos mucho tiempo aplicando un lente con aumento en lo que les sucede a los demás o en las cosas que nos gustaría tener, y esto puede llevarnos a no ver lo que sí tenemos. Generalizamos lo negativo de nuestra vida y comparamos detalles sesgados que creemos increíbles de los otros y que nos conducen a frustrarnos”. 

Las nuevas rutinas y el clima

Otro punto que se pone en juego en este tiempo (y que puede afectar el ánimo), es el cambio de rutinas o la falta de ellas, especialmente en el caso de quienes tienen hijos en edad escolar. Esa realidad modifica la dinámica cotidiana, porque pasar más tiempo juntos suele generar algunos roces típicos de la convivencia extendida. “Para evitar malentendidos y situaciones incómodas, es fundamental la comunicación abierta y honesta antes de las vacaciones. Hay que establecer límites y acordar actividades que satisfagan a todos, para prevenir conflictos potenciales”, detalla Alderete.  

Es importante, también, sacarnos de encima la presión de llenar nuestro tiempo libre de actividades y experiencias, para no terminar con un agotamiento físico y mental enorme y necesitar “vacaciones de las vacaciones”. Para Alderete, lo importante es equilibrar: “La idea es planificar el día para tener un equilibrio entre las actividades que sí se van a realizar y los momentos de descanso. Hay que dedicar espacio para el ocio y la contemplación, donde se pueda simplemente estar con uno mismo”.

Pero hay más. Porque el clima es otro factor que influye. A diferencia de lo que le pasa a mucha gente que espera el calor con ansias, hay quienes sufren la exposición a las altas temperaturas y la humedad, y eso les produce alteración del sueño, irritabilidad y desgano para realizar las actividades diarias: “El término Trastorno afectivo estacional (TAE) se utiliza para describir un estado mental en el que predominan síntomas depresivos y alteraciones en el ánimo que pueden llegar hasta la depresión severa. La característica de este cuadro es que es más frecuente en la época invernal, pero puede verse también en los meses veraniegos”, detalla Alderete.

Por su parte, el doctor Mario Boskis, médico cardiólogo, miembro titular de la Sociedad Argentina de Cardiología, destaca que los síntomas pueden alternar entre tristeza, depresión sin causa aparente, disminución del apetito y falta de energía: “Los pacientes refieren una ‘ausencia de placer’ por lo que están experimentando en el día a día, asociado muchas veces a sentimiento de culpa. Y lo que es más llamativo es que se da en contextos sociales festivos, rodeados de familia y amigos. Estos períodos pueden también coincidir con síntomas tales como la agitación psicomotriz y el insomnio”.

El consejo es mantener una rutina de descanso y sueño (de siete a nueve horas por día), llevar una buena alimentación (especialmente una buena hidratación), evitar el sol en horas pico, pasar parte del día en áreas frescas, no excederse con la actividad física, desconectar de las redes sociales, hacer algo que nos guste mucho (como caminar, leer), estar con gente que nos haga bien, practicar actividades de relajación, y en caso de ser necesario, realizar una consulta psicológica. 

De adentro hacia afuera

Hay una frase del escritor ruso Isaac Asimov que dice: “Tal vez la felicidad es esto: no sentir que debés estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo alguien más”. A lo mejor se trata —cada vez más— de abrazar el aquí y ahora con todo lo que la vida trae, agradeciendo y honrando todo lo que sí podemos y tenemos, para poder estar en paz con nosotros mismos.

“La protección de tu mente es mucho más importante [que todo lo demás]. Tumbate en una toalla frente al mar oyendo el romper de las olas, con los ojos cerrados o abiertos viendo desfilar las nubes ante ti, siéntate en un banco en el parque, reserva unas horas en un spa, prepárate un baño. Busca un entorno que te genere sensación de paz y bienestar, y permítete descansar la mente sin hacer cuentas de todo lo que te queda por hacer”, escribe la psiquiatra española Marian Rojas Estapé en su libro Recupera tu mente, reconquista tu vida.

Además, propone: “Añade en tus rutinas vitamínicas un rato para pequeñas pausas en las que no te juzgues y en las que te permitas, simplemente, descansar […] Corriendo no se percibe la belleza. Deleitarse con un paisaje bonito, con una puesta de sol, con una lectura cautivadora, detenerse y disfrutar de un pueblo escondido cerca de la carretera, escuchar una canción que nos evoca emociones… sin sentimiento de culpa o de pérdida de tiempo. Ganamos en salud, felicidad y calidad de vida”.

Dejar de lado preconceptos y mandatos es fundamental, para poder mirar más allá de los clichés estivales y entender que el problema no siempre está en lo que sucede en el exterior, sino en cómo nosotros internalizamos eso que pasa. Y, sobre todo, saber que nuestras emociones no se toman vacaciones: las llevamos a donde sea que vayamos. Entonces, si queremos sentirnos bien durante el verano, debemos trabajar en nosotros mismos el resto de los meses. Porque este tiempo será la consecuencia de cómo nos hayamos tratado los 365 días del año, tanto física, mental como espiritualmente.