Según el diccionario, la palabra longevo alude a alcanzar una edad muy avanzada. También se la define como la máxima duración posible de la vida humana. Hasta ahora Jeanne Calment, residente de Arlés, al sur de Francia, ostenta el título de la persona más “longeva” alcanzando a vivir 122 años.
En nuestro país de acuerdo al Registro Nacional de las Personas, existen, hasta julio de este año , más de ocho mil que superan los 100 años.
Ahora bien, longevidad también alude a persistir y perdurar, pero ¿es realmente ese nuestro deseo?
Lo que escucho la mayoría de las veces en conversaciones con mis pacientes lo puedo resumir como: “prefiero vivir menos años pero con buena calidad de vida” y sin duda está relacionado a vivir libre de enfermedades, o sea lo que llamamos “esperanza de vida saludable”.
Para lograrlo debemos cambiar el paradigma de que los seres humanos nos hacemos viejos y morimos por causas “naturales”. La realidad es que fallecemos a causa de una enfermedad, y actualmente la principal responsable en el mundo es la enfermedad cardiovascular. Algo para tener en cuenta especialmente hoy, en que se conmemora el Día Mundial del Corazón.
Existen múltiples mecanismos para generar daño orgánico, entre los que se encuentran el incremento del estrés oxidativo por mala alimentación, que causa alteraciones a nivel de las usinas de energía de nuestras células, las mitocondrias. También la activación de moléculas que producen “inflamación” como se ve en la obesidad, y trastornos metabólicos como la hiperglucemia y la hipercolesterolemia , todos responsables, a que se active el fenómeno de “arterioesclerosis acelerada”, al que asociando a la hipertensión arterial, terminan de gestar la fórmula perfecta para la producción de infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares, que sin dudarlo, podemos decir que son eventos que tienden estadísticamente a aumentar la mortalidad y por ende disminuir la longevidad.
Si analizamos estos factores destructivos, vemos que no son otros que los conocidos “factores de riesgo cardiovascular”. La primera gran conclusión entonces, es que si controlamos estas variables, a los que podemos agregar la prohibición absoluta de fumar, alimentarse saludablemente , hacer entre 150 y 300 minutos semanales de ejercicio físico y dormir entre 7 y 9 horas diarias, habremos cumplimentado lo que el American Heart Association (AHA), denomina los “Esenciales 8 de la vida “, consejos que han demostrado incrementar la expectativa de vida actual en casi 10 años.
Sin duda los avances en el conocimiento de nuestro genoma nos permitirá también comprender en breve, los secretos que llevaron a Jeanne Calment a alcanzar su histórico récord.
Hoy se sabe que la progresión de enfermedades relacionadas con la edad, muchas veces comienzan con alteraciones de uno o múltiples genes, y es aquí donde la terapia génica ofrece alternativas, aun experimentales, utilizando tecnología como el sistema CRISPR que permite “editar” genes asociados al envejecimiento, eliminando la secuencia que causa enfermedad o directamente reemplazándolos con una copia de un gen “sano”, ensamblado dentro de un vector viral como vehículo (sistema rAAV).
Creo muy probable que los niños nacidos a comienzos del año 2000 tendrán la posibilidad de alcanzar la meta de los 100 años, si la ciencia de la longevidad continúa su actual camino. Mientras tanto, para aquellos que nacimos en el siglo pasado, las conclusiones del Estudio IKARA, una zona llamada “azul”, por su gran número de centenarios, nos dice que parte del secreto para llegar a esa edad es rodearse de seres queridos, mantener lazos y vínculos comunitarios y tratar de bajar el ruido mental del estrés lo máximo posible. Esto mismo me aconsejó mi abuela paterna, sabiamente, hace ya mucho tiempo, y vivió hasta los 94 años.
Cardiólogo, miembro Titular de la Sociedad Argentina de Cardiología (MTSAC)
Por Mario Boskis