Según la Real Academia Española, la palabra certeza refiere al “conocimiento claro y seguro de algo”, como por ejemplo, que el sol se asoma siempre por el Este. De igual forma, si hablamos de “incertidumbre”, estaríamos refiriendo a lo contrario. Es lo que pasa si deseamos saber si lloverá en tres días en nuestra ciudad. A pesar de los avances en meteorología, nos falta información y nos manejamos con incertidumbre.
Numerosos estudios en Neurociencia postulan que el cerebro humano funciona de manera similar a una computadora, o sea, que en última instancia, la actividad de millones de neuronas generan información, que puede ser velozmente procesada y analizada. Pero entonces, si a una computadora no le suministramos la suficiente información, ¿los resultados que arroje quizás no sean correctos? ¿Qué pasa con nuestro cerebro al no poder obtener toda la información del mundo real para tomar decisiones? ¿Qué pasa cuando percibimos que todo es azar, y no tenemos control de las cosas? Porque , por ejemplo, no sabemos qué va a pasar con nuestro trabajo o nuestro dinero o nuestro país en los próximos tres meses. Eso es incertidumbre.
¿Por qué un cardiólogo se plantea estos interrogantes, quizás más ligados a la política o a la economía? La respuesta puede encontrarse en la literatura científica, que aborda desde el área de la salud estos temas.
Un reciente artículo publicado en la revista Health Economics concluye que la “incertidumbre económica”, medida a través de un índice calculado en base a datos de robustez económica durante un período de 19 años en Inglaterra y Gales, generaba un incremento significativo de la mortalidad por infarto de miocardio y accidente cerebrovascular cada vez que el índice aumentaba, como si este fuese un “gatillo” de estos eventos. Sin ir más lejos, en la Argentina se publicó hace unos años en la Revista Argentina de Cardiología un trabajo que correlacionaba como la crisis que sufrimos entre los años 1995 y 2005 con la consecuente caída del Producto Bruto Interno en nuestro país, elevó también la tasa de mortalidad cardiovascular.
Abundan decenas de trabajos en la literatura que encuentran una correlación preocupante entre eventos cardiovasculares y crisis sociales. Tanto es así que se acuñó el término de “estrés psicosocial” a todo estrés asociado a situaciones tales como desastres naturales (terremotos o tsunamis) o producidos por el hombre, como las guerras, actos de terrorismo, crisis económico-políticas o hasta el mismo Covid-19.
Ahora bien, ¿qué mecanismo intrínseco sería responsable de generar estos eventos? Se ha señalado que la hormona “culpable” podría ser el cortisol. Estudios hechos en animales postulan que los mismos sometidos a situaciones de estrés crónico en el laboratorio, aumentan sus niveles de colesterol y triglicéridos, la glucemia y la presión arterial y se produce hasta inflamación de las arterias, sin duda una combinación catastrófica de factores de riesgo.
¿Cómo cuidar nuestro corazón ante todo lo expuesto? Unas pocas, pero valiosas recomendaciones han demostrado ser muy potentes.
Primero, tener en cuenta que no son los eventos lo que nos estresan sino nuestra propia interpretación de ellos. Cambiemos entonces nuestras propias auto-conversaciones y empezaremos a disminuir nuestro riesgo. Agreguemos a esto cuatro comportamientos benéficos para su salud: haga más actividad física, no fume, duerma al menos 7 horas por noche y aliméntese en forma saludable. Sume a esto cuatro consejos: Controle su colesterol, su presión arterial, sepa que valor de glucemia tiene y baje de peso si esta excedido.
Esta lista forma parte de lo que llamamos los “8 ítems esenciales” que no puede dejar de lado si quiere vivir una vida larga y saludable.
Recuerde, no vale la pena morir de estrés y como decía mi padre, también cardiólogo: hay que morirse joven, lo más viejo posible.