¿Cuánto tardás en levantarte y volver a sentarte en la silla cinco veces? ¿Y en caminar cuatro metros ida y vuelta? ¿Podés subir escaleras? ¿Y mantener el equilibrio al poner un pie adelante y otro atrás?
Después de los 50 años, son cada vez más los adultos que tienen dificultades para completar esas pruebas o realizarlas en un tiempo determinado, lo que da cuenta de
un estado de fragilidad que los vuelve más vulnerables en muchos aspectos. La salud cardiovascular es uno de ellos. Y uno muy importante.
«Ser frágil empeora sus posibilidades de soportar cualquier enfermedad cardiovascular», afirmó a Clarín Alejandro Amarilla, médico cardiólogo y deportólogo, integrante de la Federación Argentina de Cardiología (FAC).
Acuerda Mario Boskis, miembro de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), quien afirma que está demostrado en decenas de publicaciones científicas que un diagnóstico de fragilidad no solo «aumenta en forma significativa la vulnerabilidad a sufrir una enfermedad cardiovascular», sino que se trata de una relación bidireccional, «ya que las patologías del corazón y los vasos sanguíneos también elevan el riesgo de fragilidad».
A raíz de eso, los especialistas subrayan que
el síndrome de fragilidad debe evaluarse en el consultorio cardiológico, ya que el diagnóstico puede modificar conductas terapéuticas, como hasta qué valor conviene bajar la presión arterial o evaluar el riesgo-beneficio de realizar una intervención quirúrgica. Pero además, porque una vez detectada, se pueden adoptar medidas para revertirla.
Qué es el síndrome de fragilidad
El síndrome de fragilidad es un concepto relativamente nuevo, descripto a principios de este siglo por la investigadora estadounidense Linda Fried, epidemióloga, referente el campo de la geriatría.
«Ella veía que a quienes tenían menos capacidad para hacer las cosas,
les iba peor cuando se enfermaban«, introdujo Amarilla.
Fried pasó así de la observación a la acción y desarrolló una escala para medir la fragilidad en forma objetiva en base a cinco ítems: pérdida de peso no intencional, debilidad muscular, agotamiento, lentitud de la marcha y baja actividad física. Cada uno de ellos se evalúa mediante pruebas muy sencillas que, de acuerdo al puntaje obtenido, permiten determinar si un paciente es frágil o no, y en caso de que lo sea, cuán severa es su condición.
Desde su primera publicación en 2001, se han desarrollado más escalas y métodos similares en diferentes partes del mundo, que se usan en la actualidad en el consultorio médico, muchas veces en forma complementaria.

Un problema que crece
Esas mismas escalas son las que se utilizan para evaluar a diferentes grupos poblacionales en múltiples estudios, desde hace más de dos décadas. Esos trabajos vienen mostrando que la fragilidad es un problema creciente de salud pública, que arranca más temprano de lo que creemos.
Así lo muestra un trabajo publicado en 2023, que analizó registrosde salud electrónicos de adultos mayores de 50 años que acudieron a servicios de atención primaria en Inglaterra entre 2006 y 2017.
Entre los principales resultados, sus autores destacaron que la prevalencia de fragilidad creció del 26,5% al 38,9% en tan solo una década en la población estudiada.
Y que si bien la edad promedio de inicio fue a los 69 años, el 11% de las personas de 50 a 64 años ya eran frágiles en 2006. A partir de los 65, casi la mitad presenta algún grado de fragilidad. Y desde los 85 en adelante, apenas una de cada 10 era «fit» (apta) en 2017, cuando en 2006 lo era un tercio de ese grupo.
Los investigadores concluyeron que la fragilidad progresa rápidamente
con el avance de los años y se viven períodos más prolongados en estadios de fragilidad moderada y severa, lo que sugiere una carga prolongada de la enfermedad, que afecta más a las mujeres, a quienes viven en entornos urbanos y se ven má safectados por la inequidad socioeconómica.
Lo observado en el estudio británico coincide con la experiencia clínica de Amarilla, que ejerce como cardiólogo y deportólogo hace 30 años. Actualmente es jefe del área de Prevención y Rehabilitación Cardiovascular del Instituto de Cardiología de Corrientes.
«Hoy vemos más pacientes mayores de 80 que hace años. Pero esa no es la única explicación para el aumento de la fragilidad, ya que este problema es cada vez más frecuente en personas de 50 y 60 y esto ya no nos está hablando del aumento de la expectativa de vida, sino de que nuestro estilo y calidad de vida actual es muy sedentario, lo que conlleva mucha pérdida de masa muscular (sarcopenia) y pone en un estado de fragilidad a la mayoría de la población adulta», advirtió.
¿Las consecuencias? «Una persona con fragilidad severa no tiene las reservas biológicas adecuadas para afrontar una enfermedad o un trauma», por lo que su evolución ante una infección urinaria, una gripe, un infarto, una insuficiencia cardíaca, una fractura, «es realmente mala y se asocia a una alta discapacidad y mortalidad«.
El síndrome de fragilidad en cardiología
Si bien la fragilidad es una preocupación que atraviesa a varias especialidades médicas, la cardiología es una de las que más atención le presta.
«Importa en cardiología fundamentalmente porque los pacientes a las edades de fragilidad tienen mucha enfermedad cardiovascular, como hipertensión arterial, enfermedad coronaria, valvular», enumeró Amarilla.
«La importancia de poder diagnosticarla radica en qué si está presente, genera un desafío terapéutico, ya que estos pacientes son más propensos a sufrir complicaciones ante tratamientos médicos estándar», planteó Boskis.
«En los casos de insuficiencia cardíaca, por ejemplo, los diuréticos, vasodilatadores y los betabloqueantes deben ser utilizados con mucha prudencia, ya que la capacidad de adaptación fisiológica del organismo, al encontrarse reducida, hace más propensos a estos pacientes a sufrir efectos adversos, tales como hipotensión, mareos, caídas y puede llegar hasta eventos graves como la insuficiencia renal o arritmias complejas», precisó.
«Además -sumó- es importante medir siempre la ecuación riesgo-beneficio ante todo procedimiento invasivo, ya que la simple colocación de un stent, que no se dudaría en hacer en circunstancias normales, en un paciente frágil multiplica el riesgo de sangrado, complicaciones vasculares y mortalidad, con lo cual la opción de un tratamiento ‘menos agresivo’ debe ser siempre considerada.»
¿Cómo se evalúa la fragilidad en el consultorio?
«Desde un enfoque cardiovascular, podemos medirla con pruebas muy sencillas que miden la presencia o no de fragilidad y pueden ser corroboradas con estudios más exhaustivos», respondió.
Una de las evaluaciones más utilizadas es la clásica Escala de Fried, que mide parámetros como la pérdida de peso no intencional en el último año, la presencia de fatiga o agotamiento ante esfuerzos habituales, el grado de debilidad muscular (que se mide con un dinamómetro o hand grip), un dispositivo que evalúa la fuerza de prensión manual.
«Por último, se estima el tiempo que se tarda en desplazarse 5 metros y se interroga acerca de la frecuencia en que se efectúa actividad física en una semana. Un resultado por debajo del normal, confirma la presencia de fragilidad», apuntó.
«Este sencillo método puede complementarse con una prueba de levantarse de la silla en 5 intentos. Un tiempo mayor a 15 segundos se asocia con mayor fragilidad. Otro test muy útil es medir la distancia caminada durante 6 minutos. Un trayecto menor a 350 metros correlaciona con fragilidad.»
En forma complementaria, se pueden indicar estudios de imágenes como la ecocardiografía doppler«que mide un parámetro conocido como strain miocárdico, relacionado a la contracción cardíaca y cuya disminución predice disfunción del corazón, correlacionando con la presencia de fragilidad, especialmente en adultos mayores».
Prevenible y reversible
Un obstáculo que enfrentan las personas con algún grado de fragilidad es que no se autoperciben frágiles. «Muchas veces sus familiares tampoco las consideran frágiles y en ocasiones ni siquiera el médico que las evalúa», admitió Amarilla.
«A veces un paciente no tiene aspecto frágil y lo es, y viceversa. Hay que hacer mediciones en el consultorio para categorizarlos. Pero muchos médicos todavía no lo hacen, no están atentos a esto y pueden terminar indicando cosas que pueden ser peligrosas en este grupo de pacientes», señaló.
Es, además, una oportunidad perdida, porque una vez detectada, la fragilidad «es una condición que puede revertirse«.
¿Cómo? «Con un programa de rehabilitación física y un cambio nutricional, puedo sacar al paciente de esa fragilidad, mejorar su condición, su masa muscular, su estabilidad, su fuerza, la capacidad aeróbica y el equilibrio. Todo se entrena.»
El pilar fundamental es el ejercicio físico. «Lo peor que nos puede pasar con un paciente frágil es que esté sedentario -subrayó Amarilla-, pero el ejercicio no viene en pastillas, hay que hacerlo y realmente les cambia la historia.»
En cuanto al aspecto nutricional, los profesionales analizan la cantidad de proteína que consume el paciente. Además, en el caso de que haya carencia y, si no hay contraindicaciones, se busca aumentar su ingesta. «Se necesita incorporar grasas buenas, sobre todo omega-3, que son antiinflamatorias, y en caso de deficiencia de vitamina D, o de otras, hay que suplementar.»
—¿Se puede prevenir la fragilidad? ¿O hay un momento en la vida en la que es inevitable?
—Se puede prevenir perfectamente. Con una vida activa y una nutrición adecuada es posible llegar a muy grande sin fragilidad.